“¿Y quién eres tú?”
—Tres faces del pocho, Américo Paredes
Aparte de poder responder al poeta pocho de Américo Paredes, ¿de qué nos sirve la identidad?
Probablemente, ésta fue la pregunta que motivó a Andrés Ybarra, Nick Vaca y el profesor Octavio Romano a lanzar la revista literaria de UC Berkley, Quinto Sol, en 1967. En pleno disturbio cívico y guerra fría, estos campeones de la literatura nativa entendieron bien cómo se genera una identidad, y por qué se necesita.
Primero, si algo no se nombra, no se entiende—y si no se entiende, nos puede doler. Los abusos en … y no se lo tragó la tierra, como el disparo al niño con sed o la brutalidad en contra de la madre perdida en el supermercado, se deben principalmente al saber poco (o nada) de los mexicanoamericanos. Por otra parte, la falta de nombres, la carencia de pautas narrativas y la poca guía autorial causan que la novela sea “experimental”, así bautizada por críticos que olvidan de relacionar “esto con esto, eso con aquello, todo con todo”. No obstante, sí identificamos una voz (la del joven, vital y serio) que se dedica a compartir lo que vio y lo que oyó, pese a que las experiencias provienen de un pueblo fragmentado. Aun así, al extender su brazo a toda su comunidad, el protagonista está afirmando su identidad. Luego el lector debe ser explícito en contestar la pregunta sobre identidad.
Visto así, Rivera termina por presentar lo que se puede considerar una serie de sueños que el lector debe primero experimentar, luego reflexionar para extraer el significado. Solamente el lector que cumple con esta misión es el que comparte la euforia del joven, cuando éste se atreve a maldecir al Diablo, por todos sus nombres, y luego descubre la verdad.
La verdad en sí es quizás el tema más destacado de la novela, Mi querido Rafa. Será porque cuando no creamos nuestra propia identidad, desde luego lo crearán otros. A propósito, el escritor P. Galindo busca descubrir por qué desapareció Jehú Malacara. Por lo tanto, lo primero que hace es compaginar las cartas del propio Malacara, que de otra manera no será fiel a su historia. Se podría decir que el escritor, tan “fidedigno” y también tan moribundo, se deja atraer por el personaje rebelde, inteligente y más engañoso de todo Belkin County. Sin embargo, un análisis profundo ignorará cualquier infatuación que podrá albergar el escritor, porque lo ingenuo es como él deja que el propio Malacara cuente su cuento (por más entre líneas que sea) antes de introducir la polifonía de la muchedumbre en Parte II (las entrevistas que cuentan con la parte inferior de la novela). Esto demuestra cómo, dado la oportunidad de autodefinirse, uno supera las voces y opiniones de los demás, sin ser aplastado. Algo que se consigue en la traducción al inglés, hecho por el mismo Hinojosa, en cuanto incorpora los cambios y adiciones que él consideró importantes. Al final de cuentas, la responsabilidad de crear una identidad la lleva uno. Que Hinojosa tenga control de su producción literaria ayuda a que él forme las identidades de sus personajes, como seguro forme su propia identidad en su vida; seguro de como lo deberíamos hacer nosotros en la nuestra.
Una vez fundada la identidad, bien articulada y autodefinida, ahí llegan los beneficios de construir una identidad. El disfrutar de la realidad cotidiana, así como en Oda al frijol—“Reinas cuando frito / Matas hambrecito”. El admirar la belleza de una semejante, similar a la de Por la calle Zarzamora, con el “jingle jangle of her bracelet”. El sufrir en comunidad, como así se hace en la elegía al pachuco El Louie. O incluso el reflexionar sobre uno mismo, como en my graduation speech cuando el poeta nuyorican Laviera anuncia, “tengo las venas aculturadas”. El primero de varias reflexiones que se van profundizando en el primer libro de Laviera, tanto como en sus próximos libros.
Estos constructores de la identidad son los que nos regalan el espejo con qué reflexionar, una verdad para explorar y la cama en donde soñar.