Arte: MODIGLIANI
Pintada a brocha, ella tiene vientitrés años, con la boca de una jovencita chupando un caramelo sabor cereza negra. Sin una sola arruga, sacude su cabeza, mueve el cabello. Marrón oscuro, simple, común, como le gusta, con el flequillo recién cortado, filoso como una navaja, estilo francés. Con alitas mecidas, su cuerpo en vaivén. Rubor en la cara y nuca, un rocío de frutilla sobre pétalos de vainilla. Labios amados por el pintor, quien toma su tiempo dando su dueña halos y movimientos, pero las cejas y nariz las hace rápido. Con confianza, pero rápido. Habla mucho, de nerviosa, sobre la chica que le gustó en la fiesta de ayer — se le pide que se calle un cacho, porque ha llegado a la mandíbula. Ahí la joven se embruja un poco, y se atraganta un hechizo, haciendo que su mentón tome un cepillo de color pared. Esta bibliotecaria, más aburrida que con sed, ganas de ir al bar de alado para tomar absenta con los amigos de una buena vez. Esta mujer, a diez generaciones de sus raíces de realeza, viviendo sola. Princesa en reposo. Cruzando las piernas, a propósito, llamadora. Pero el pintor no mira abajo, donde se apuntan rodillas, y donde salta un dedo medio. La joven sonríe, y también el artista, quien ignora los lunares del pecho de su amigovia. Mientas, ella mira su muñeca, donde olvida que le falta el reloj. No hay tiempo en la pintura, salvo por el mecer de la joven amiga novia modelo cita. La única, el metrónomo de la hora pasada.