Fotografía: Francesa Woodman
En el rincón del cuarto, al final del camino, en esta esquina podrida y basureada, pintado de blanco, se sienta iluminada una artista, desnuda, cortada por la mitad o enmarcada por el ojo que la observa, el eje que la domina, a esta fragilidad sentada sobre la silla antiquísima, igual de podrida, estillada, con el barniz descascarado, sus cuatro piernas más abiertas que las dos de la joven suicida—ante una mancha suave o áspera, negra, ilesa, pesada y vacía, en este rincón del cuarto, al final del camino, en la esquina podrida y común. Tensión, piel, piso: una tarima, cerca del nudo corredizo, que no se ve, pero se siente, se siente su ausencia.