Me enganchó volver a leer, en un libro de Graciela Limón, cómo las razas se entrelazan en América latina como “los brazos y las piernas” de Isadora y Jerónimo; cómo la vida entera de un octogenario que únicamente creyó en su libre albedrío pudo basarse en el azar de un naipe del comodín (especialmente que ahora no puede cuidarse a sí mismo); pero también cuán devastador es tener un padre malo en la familia, cómo afecta a todos a su alrededor, no solo a su familia. Recuerda al primer capítulo de En busca de Bernabé, cuando la raza, la lujuria y la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el peor momento embistió a Delcano a violar a su hija el día que la vio ordeñando una vaca, no reconociéndola por su tez morena. Pues lo que aprendí con este segundo libro de Limón es que estos temas no son “one and done” sino son igual de recurrentes como en la vida real. Las injusticias que heredamos y los errores que cometemos nos van a impedir el sueño hasta que las aceptemos, las charlemos y actuemos de una forma digna de pedir “por favor” y decir “gracias”.
Vi varias conexiones con la literatura que hemos leído para esta clase. Primero, en Bad Indians por ejemplo, leemos que muchos padres indígenas fingen ser nacionales mexicanos para sobrevivir y que muchos hijos también por puro olvido. En El día de la Luna el protagonista don Flavio pasa años amargado (¿arrepentido?) por errores que se pudieran haber evitado si simplemente hubiera aceptado el legado de su madre. Pero como él no pudo verla en su propio reflejo, la ignoró; igual a cómo los Esselen y las otras tribus no ven su pasado reflejado en las historias que se cuentan en el colegio público de California, pasado a ignorar su historia también. Segundo, cuando un personaje del libro sí busca su indigeneidad, como Isadora, al igual que ocurre en Borderlands, se le reta. Tanto a Anzadúa como al personaje se le echa en un manicomio (intelectual o literal) por querer reconectar con su pasado. Tecerco, es fácil notar la conexión con las Tretas de Ludmer en muchas de las interacción entre don Flavio y las personas que lo rodean. Están las miradas silencias, las burlas, los “sí” que significan “no”, el esquivarlo, el interrogarlo por sus creencias, mucho es un desafío contra él, excepto quizás Úrsula en algunos momentos. Es triste ver la reacción de Flavio cuando descubre que lo han engañado o menospreciado, lo toma siempre como una afrenta (aunque, por otra parte, muchas veces él se imagina una injuria que en realidad no existe; que me lleva a pensar que su “día de luna”, aparte de la noche develada de Los Ángeles, es su pasado inventado historias). En suma, aprendí que Limón en 2004 está atenta a estos escritos (y quizás a las de Moraga por la nueva conciencia y a Lugones por la opacidad entre distintos grupos sociales) al momento de componer su obra.
Me alegra ver que al final Favio vuelve a la cueva de su madre, que hay amor entre los hermanos que sobrevivieron los abusos de su abuelo y que al final Alondra consigue esa sensación de pertenencia. Al fin de cuentas creo que se trata de eso, de ser útil, de amar a quien amas, de acoger a otros y dejarte acoger también. Como voy escribiendo sobre una hija de inmigrantes con ideas de pertenecer a su nuevo país, El día de la Luna me hace pensar que podría incluir sus sueños, sus memorias, incluso fantasmas a la receta. A ver qué pasa cuando Anabel entra a la cueva de sus ancestros . . . si es que la encuentro.