De las lecturas hechas esta semana, aprendí que . . . ¡debemos tirar abajo el concepto monolítico de ‘la mujer de tercer mundo’! Al menos eso es el sentido que tomé. Cada una, con la excepción de Ahmed, que podría considerarse parte de las lecturas de la semana pasada, critican la homogenización, ignorancia y ingenuidad de ciertas teorías de las críticas del “primer mundo”.
En poco tiempo voy a presentar el ensayo de Chandra Talpade Mohanty, “Under Western Eyes”. El título me pareció genial—podría de hecho ser el nombre de una novela, pensé, hasta que busqué en “libraries.uh.edu” y descubrí que, de hecho, sí fue una novela escrita por Joseph Conrad en 1911. Qué casualidad que el escritor polaco-inglés, tan interesado en la colonización (y luego fuertemente criticado, por la posteridad, por ese mismo interés) haya empleado el título; me hubiera gustado más tiempo para averiguar cuán casual es esta relación titular con Mohanty. De todas formas, ella escribe con una pluma caustica acerca de la ‘monolitificación’ de la mujer de tercer mundo. Hasta ahora, leyendo a Emma Perez y Anzaldúa, he pensado que llamarse una mujer de tercer mundo (viviendo en EEUU, ¿irónicamente?) era una manera de apropiarse de un término despectivo para los que han quedado afuera de la corriente cultural dominante, como cuando nos apodamos del nombre que nos puso un bully para vaciarlo de su terror. Pero parece que, si le leemos bien a Mohanty, este termino parte de una concepción económica anticuada y en realidad es peor que lo que nos hace un bully: se emplea “tercer mundo” por críticas occidentales que buscan homogenizar a todas las mujeres bajo un “género” llamado Mujer y varias especies llamadas “La de primer mundo”, “La de tercer mundo” etc. Voy a explayar más en la presentación sobre esto, pero lo esencial de entender, a mi ver, es que si las mujeres del llamado “primer mundo” no han comunicado, dialogado o intercambiado ideas con las del “tercer mundo” entonces ninguna se va a entender y ninguna se reunirá bajo la bandera de “sisterhood”.
Recuerda lo que reflexiona Rivera Cusicanqui. Ella critica los intentos de “multiculturalidad” en Bolivia, como nuevos desempeños colonizadores. Para mí, esto realmente me chocó (ni hablar su concepto de tiempo espiral, o concepto de un blanco-noblanco-negro-nonegro-gris-roca-lleno-de-animales que implica la palabra ch’ixi). Viviendo en Houston, se veía la multiculturalidad de los noventas como un paso adelante, alejándonos del “crisol” que derrite a todos, hacia “un bol de ensalada”, donde nadie perdía su patrimonio. Pero no, parece que ni un bol de ensalada, mezclada con las pinzas del capitalismo, escapa el alcance del colonizador. Rivera Cusicanqui, en lugar de estas reiteraciones del mismo mecanismo de dominio, busca lo práctico: pide, déjenos hacer nuestra propia ciencia, nuestra propia sociedad, váyanse. En un nivel concreto, yo también me pregunto si no habrá paz en La Paz antes de que se vayan los “colonizadores”, como ocurrió en la India de Mohanty. Pero la pregunta que le haría a la autora, sin embargo, sería ¿cómo pedirle a la mitad europea dentro de nosotros de irse? Le debo una lectura más profunda a las reflexiones de R.C., desde luego, ya que fueron citadas en el taller de Hasbún, para responder a esta importante pregunta (que luego Anzaldúa responderá, la semana que viene).
Para no pasarlas de largo, rápidamente menciono que Sandoval hace un buen trabajo de citar a Haraway (y lo voy a mencionar en mi presentación): que ya para los 80s se había demostrado la “no inocencia” de la categoría “mujer”. Y que, por otra parte, Kristeva tiene unas fuertes palabras en defensa de la europea: que no todas son tan ignorantes y que ella todavía guarda fe en la creatividad femenina europea en engendrar una nueva generación de feministas europeas para solucionar los problemas –si no los problemas del mundo, por lo menos los– del occidente, como el “political correctness”.