Estoy sentado cómodamente ante un escritorio, con las mangas de mi camisa remangadas, transcribiendo las frases que vienen a mente. No hay ninguna guerra por aquí, ni interna, ni externa. Mi esposa cose un traje para nuestro bebé en la cocina, mientras una pizza congelada, que será nuestra cena de poco esfuerzo este miércoles, se calienta en el horno. No experimento esa hambre de La quinta columna, ni cae ninguna artillería italiana, ni zumba por encima ningún avión alemán. El único olor a humo es el incensio de cedro que prendí para ayudarme a escribir. Escribo para saber qué pienso de Spanish Earth.
No lo hubiera visto, si no fuera por el Módulo 8 de la SPAN 6396. Muchos ignoran su existencia, si es que lo conocen: el número de “views” del documental en YouTube oscila entre 400 y 200,000, entre cada iteración del video. Peor que admitir mi ignorancia debe ser confesar que si no fuera por la película malísima (que me gusta), Hemingway and Gellhorn, jamás hubiera ni conocido sobre la existencia de la obra que Papa narró para el cineasta holandés Joris Ivers en 1937. Es curioso, o quizás penoso, pensar en cómo el espectro de la Guerra Civil todavía persigue la consciencia colectiva de los españoles, como señala Almodóvar en una entrevista, mientras que en los Estados Unidos el documental, con todo lo que implicó rodarlo y con todo lo que implica el resultado, haya pasado a ser un mero artefacto cultural. Diría Ivers que por o menos una de sus tres “acciones” se logró, el dejar memoria histórica, pese a que no tuvo el impacto directo de movilizar los políticos de DC, ni el impacto material de sobornar suficientes armas para defender Madrid. Supongo que nos toca a nosotros, los estudiantes que estudian para ser profesores, crear un archivo de material a lo largo de nuestros estudios, para luego formar nuestros propios módulos, y así mantener viva la antorcha que vigila ante cualquier regreso de la barbarie, que vendrá seguro, o que está viniendo ya.
Primero vi el documental, para sentirlo y pensarlo directamente. Luego leí el artículo de Gubern, publicada por Filmoteca Española en 1986, con mi cuaderno abierto y un lápiz en mano. Ahora debo aplaudir antes que nada el logrado sincretismo entre Hemingway y Ivers. Que un guerrillero-escritor-macho y un pacifista-comunista-trotamundos colaboren con éxito no hubiera sido fácil en tiempos de paz; mucho menos durante una guerra en un tercer país. Aplaudo también las decisiones pre-producción del director. Que la casa Historiadores Contemporáneos le hayan mandado al frente, con unos tres mil dólares y un guion, me pareció absurdo. Gracias a Luis Buñuel, fungiendo de catalogador para el Ministro de Relaciones Exteriores en París, Ivers consigue entrar a Barcelona. Y, una vez avanzando hacia Valencia, abandona cualquier plan. Se guía por la intuición, un documentalista abierto a las experiencias que se presentan y dotado de la franqueza para captar la tragedia más inédita a la hora de filmar. A mi ver estos son las mejores cualidades de un documental. Ivers aprende que los “ellos” ascendiendo a Madrid están a pocos kilómetros. Aprende, además, de que a cinco leguas está el pueblo de Fuentidueña, con unos 15,000 habitantes intentando de irrigar la tierra que ellos habían expropiado. Para el comunista-cineasta-experimental, ahí nació el eje de Spanish Earth de dos puntas (la frente / la retroguardia) que da forma a su rodaje.
Hay tomas chocantes. “Estas son las caras de los hombres que van a la guerra”, narra Papa, con una línea de hombres que no volvemos a ver jamás (y que quizás sus familias jamás volvieron a ver tampoco). La derriba de un avión. Los cadáveres de dos jóvenes tirados por una bomba dentro de un negocio, que un soldado pasa de largo sin mirar. También hay tomas eufóricas. Un campesino tomando agua de un ánfora bajo la luz del sol. Un soldado escribiendo una carta a su padre, advirtiéndole que pronto volverá a casa, “Díselo a mamá” se lee en la carta. Y, cómo jamás olvidarlo, la secuencia en donde los hombres de Fuentidueña logran conectar el manantial con su pueblo, una construcción que vemos en pedazos, hasta este final glorioso. Bien, que Ivens haya tenido la destreza de tener la cámara puesta en escena, sin sacudidos, por sobre el hombro de un soldado que tira balas, eso debe considerarse como un testimonio de su talento. O por lo menos un llamado a que documentalistas estudien toda su obra.
Antes de terminar, mi consciencia insiste. Escribo que, ignorando el valor histórico, Spanish Earth deja mucho que querer, ni mencionar el hecho de que fracasó en su propio intento. Sabemos, gracias la investigación de Gubern, que el documental iba arreglos en los primeros años de su recorrido por el mundo, es decir necesitó trabajo, y que quizás se montó demasiado rápido. No fue traducida bien, no en inglés (la misma carta del “protagonista” Javier y los discursos de los representantes de la República quedaron mal traducidas), ni tampoco en el francés por Renior, eso según el director. La música, en la versión que se vio por el mundo, cometió el faux pas de incluir música catalana en una película sobre la provincia de Madrid. El presidente Roosevelt, incluso, tuvo unas mejoras que sugerir. Orson Wells, también, a quien el equipo de producción pidió que narre, criticó a Hemingway por lo que él había escrito, antes de pelearse a piñas. Y quizás lo más duro: la recepción en la España republicana —en la mera Tierra de España— fue fantásticamente lamentable. A los españoles no les gustó el documental.
Será la cruz que lleva cada documentalista, este balancear crítica y documentación. Propaganda y arte. La verdad como se ha dado versus la verdad por la cual luchamos. Tirar muy a uno quiebra el otro. Para mí, un ciudadano de un país que dio luz al quien escribió Por quién dobla las campanas y a quien tapó el Guernica de Picasso antes de anunciar la invasión de Iraq, pues no me queda otra que enseñarles a mis alumnos Spanish Earth. Así evitar otro desastre.